La mayoría hemos probado todo lo imaginable, hecho toda la fuerza posible para llenar el vacío espiritual interno. Nada —ni las drogas, ni el control y el mando, ni el sexo, el dinero, la propiedad, el poder o el prestigio— lo llenaba. Somos impotentes; nuestra vida es ingobernable, al menos exclusivamente por nosotros. La negación no cambiará este hecho.
Por lo tanto, nos rendimos; pedimos a un Poder Superior que cuide de nuestra voluntad y nuestra vida. A veces, al rendirnos, no sabemos que existe un Poder más grande que nosotros que puede devolvernos nuestra integridad. A veces no estamos seguros de que el Dios que concebimos vaya a ocuparse de nuestra vida ingobernable. Sin embargo, la falta de certeza no afecta la verdad esencial: somos impotentes y nuestra vida es ingobernable. Debemos rendirnos. Sólo si lo hacemos podemos abrirnos lo suficiente para librarnos de nuestras viejas ideas y el derrumbe anterior, lo suficiente para que pueda entrar un Poder Superior.
Sólo por hoy: Me rendiré incondicionalmente. Puedo hacerlo tan fácil o tan difícil como elija. De una manera u otra, lo haré.