A veces necesitamos algo tangible que nos ayude a comprender el daño que nos causa guardar un resentimiento. Quizás no seamos conscientes de lo destructivos que son en realidad los resentimientos. Pensamos: «¿Y qué? Tengo derecho a estar enojado», o, «Puede que esté alimentando uno o dos rencores, pero no tiene nada de malo.»
Para ver más claramente el efecto que tiene en nuestra vida guardar rencor, podríamos tratar de imaginar que cada resentimiento es como arrastrar una piedra. Un pequeño rencor, como enfadarnos con un mal conductor, estaría representado por una piedrita. Albergar mala voluntad hacia todo un grupo de gente, sería una piedra enorme. Si en la práctica tuviéramos que llevar piedras por cada resentimiento, sin duda el peso nos cansaría. De hecho, cuanto más pesada fuera la carga, más sinceros deberían ser nuestros esfuerzos por aligerarla.
El peso de los resentimientos frena nuestro desarrollo espiritual. Si realmente queremos libertad, intentaremos deshacernos de la mayor cantidad posible de peso extra. A medida que nos aligeramos, notaremos una creciente capacidad para perdonar a otros seres humanos sus errores y a nosotros los nuestros. Nutriremos nuestro espíritu con buenos pensamientos, palabras amables y servicio a los demás.
Sólo por hoy: Intentaré eliminar de mi espíritu el peso de los resentimientos.